MANTICORAS
A
propósito de conseguir alguna pista que me condujera a aclarar las desviaciones
puestas en evidencia por la cofradía que presume representar la cultura revolucionaria y a la vez me permitiera aceptar y entender la
inquietud y preocupación que da observar como la
mediocridad inunda los estratos profesionales y salpica a tantos intelectuales
que admiramos por su talento; me propuse indagar en diferentes fuentes y creo
haber encontrado la repuesta para comprender por qué tantos tiralevitas, taimados, astutos, engañosos, serviles,
mentirosos y maquiavélicos inundan los círculos culturales; esos pobres seres que
lanzan su perfidia, resentimientos y faltas de escrúpulos para conseguir
cualquier fin, sin impórtales los medios para alcanzarlo.
El gnomo es hediondo, no por
obeso sino porque se revuelca en su propio estiércol. Sin embargo hay que
reconocer que el gnomo por voluminoso, holgazán, ruin e innoble; no es el único
promotor del maquiavélico plan de destruir lo construido o desmembrar lo formado.
Es la mantícora devoradora de personas la artífice de tanta maldad y odio.
Aprendamos sobre esta leyenda mitológica y
comprendamos de lo que es capaz esa
maligna criatura.
La mantícora tiene su origen en la mitología persa. Es un ser
monstruoso con cuerpo de león, alas de murciélago, cola de escorpión, cabeza
humana y cola rematada en púas de hierro. Su cabeza es la de un ser humano, con
barba y densa cabellera. Es un ser carnívoro y tiene preferencia por la carne
humana. Se trata de una criatura poco
inteligente, pero muy fiera, malvada y poderosa, que a menudo se asocia
con otros seres perversos para obtener mutua protección.
Ataca
a sus victimas con dardos venenosos, atrayéndolas, hablándoles y contándoles secretos; cuando
esta se acerca le da el zarpazo y la devora. Esto se puede interpretar como lo
mortal del conocimiento. En su rostro se denota la sabiduría intrigante, pero
saber demasiado en muchas ocasiones es peligroso.
En Historia Naturalis en el año 77 d.C. de
Plinio el Viejo, se describe la Mantícora “con
cara y orejas de hombre y cola que termina en aguja, a la manera de los
alacranes”. Y Da Vinci, en su Bestiario,
explicó que la “Mantícora acomete no por
hambre sino por envidia, no para ostentar su fuerza sino para disimular su
inseguridad”. La Mantícora, escribió Leonardo, “solo agrede a las criaturas que él quisiera ser”.
A propósito de las Mantícoras recordamos un artículo de Tomás Eloy
Martínez en el que cita de La tentación
de San Antonio, de Gustav Flaubert, un memorable monólogo de la bestia que
se inicia con esta pregunta terrible: “¿Difamaré
a mi enemigo? ¿Lo escameceré? Ay no, señor. ¡Mentiré tanto sobre él que haré
olvidar hasta la última de sus verdades! Por las narices sopla el espanto de mi
soledad. Escupo la peste. Devoro a los ejércitos, aprovechando el momento que
se extravían en el desierto”.
La creencia
de la Mantícora no sobrevivió, pero su leyenda despertó la imaginación de
muchos artistas e ilustradores y la bestia se convirtió en un símbolo
reconocido de "la perversidad y la
malevolencia".
Entre nosotros conviven algunas Mantícoras. Aquellos desarraigados de
afectos que enrarecen los días condenados por sus propias acciones deplorables
y perversas, incubadas en el infierno de sus pretensiones, ignorando sus
desgracias, acometiendo sus felonías, disfrutando de los orgasmos que le
producen su propia envidia, honrándose
de su servilismo y creyéndose con derecho de ofender y atropellar al talento no
alienado; tal vez por contar con adulantes y falderos que le hacen el coro …
Estas mantícoras tienen su Celestina, su
gnómida, que también es
mantícora.
Alberto Pérez Larrarte
Cronista Oficial del Municipio Barinas
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