MEMORIAS DE DON
FRANCESCO DE FILIPPO (I)
Gratamente
presentamos un extracto de lo que serán las memorias de don Francesco Antonio
Defilippo Portanova, que próximamente se editara en un hermoso libro cargado de
historias y anécdotas, cuyas páginas contribuirá con el enriquecimiento del
patrimonio documental y bibliográfico de Barinas.(APL)
La vida era triste y oscura, no había luz ni agua por tubería, el agua la
recogíamos de la fuente del pueblo para abastecernos, se lavaba también en el
lavandero público, la cocina era de leña y teníamos que cargar leña todo
el tiempo, para nosotros y para otros.
Mi escuela fue breve, hasta el cuarto grado, lo
elemental para poder trabajar el resto del día.
Hasta ahí llegué porque la necesidad de la familia era grande y había que trabajar. Yo conocí la plata (el
dinero en monedas a los 12 o 13 años) Todo se hacía en casa, los domingos
comíamos conejo y vino hecho en casa.
“De la guerra sólo sabíamos que venían a los
pueblos a buscar hombres para mandarlos a los frentes de lucha. Hay una
dolorosa historia familiar, en la que
una madre mutiló a su hijo cortándole el brazo izquierdo. Esta acción
desesperada se produjo, cuando se aproximaban los soldados del gobierno, que reclutaban a jóvenes para la guerra. Ella pensó,
Prefiero un hijo vivo cerca de mí, que un hijo muerto en la guerra. Estos
horrores los escuchamos de los parientes
de boca en boca, pues no había ni
luz, ni radio y mucho menos periódicos en aquellos alejados pueblos de Italia.”
.
“Mucha gente había emigrado a América, entre
otros mi tío GIUSEPPE ANTONIO PORTANOVA, hermano de mi madre. Estaba en
Venezuela, en la ciudad de Barinas; tenía un taller para arreglar bicicletas en
una pieza alquilada a la señora doña Rosa Encinoso de Fonseca, en la calle
Bolívar. El tío Giuseppe, escribió a mi madre diciéndole que él podría ayudar a
la familia trayéndose a Francesco a Venezuela, además de ser su ayudante podría
ganar un salario que le permitiera mandarles dinero.
Fue una decisión familiar, para entonces los
hijos obedecíamos a los mayores, una mala respuesta era castigada con un
bofetón, por lo tanto no tenía elección, sería yo quien viajaría a Venezuela.
Yo tenía entonces 19 años, comenzamos a preparar aquel viaje. En las tardes iba a
cualquier construcción a aprender el arte de albañil, a preparar mezcla, pegar
ladrillos, frisar paredes y cualquier otra
cosa que me permitiera trabajar en
América.
Puede imaginarse el lector, la tristeza durante
mi regreso a casa sin el animal, aquellas pocas monedas sacaron lágrimas
de mis ojos y mi corazón se sentía
apretado por aquel adiós. Cada 4 de octubre, día de San Francisco recuerdo y cuento aquel infortunado episodio.”
“Salí del pueblo a pié hasta la estación del
tren, que estaba a 6
kilómetros del pueblo era la primera
vez que subía al tren. Ese tren me llevó a
Nápoles donde embarqué para ir a Venezuela. Llevaba un baúl
y una maleta de cartón con mi ropa. Ese baúl me acompañaría por mucho tiempo;
dentro de él había una colchoneta de
lana de oveja, una almohada, una cobija, 4 sábanas y cuatro fundas; embutidos,
aceite, panes, biscochos y todo lo que mi madre consideró y pudo preparar para que sobreviviera hasta
encontrarme con mi tío Giuseppe. En la maleta llevaba mi ropa y lo necesario para el viaje”
Llegamos a la Guaira a finales de diciembre, de 1951, asomado en la cubierta miré el horizonte,
solo veía cerros y playa, ni casas, ni gente, mi angustia fue mucha, me halaba
los pelos y decía, “dónde vine a parar”. Aquellos cerros de tierra roja me
decían que allí no se podía cultivar nada, me sentía desconcertado.
Nos acercábamos
a Barinas; en el sitio
llamado los Guasimitos, vi un
venado y me alegré mucho porque pensé que
habría cacería.
Barinas entonces era un pueblo que no tendría
más de 3.000 habitantes, la calle Bolívar o calle Real, que pasaba por varios
fundos a la entrada, las casas
comenzaban, por donde está hoy la Pepsicola y la planta de luz. En la calle Bolívar
vivían todas las familias que le dieron grandeza a este pueblo, quienes fueron
sus representares más adelante.
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