LA ESCUELA QUE NO VOLVERÁ
“…Complejo
resulta sintetizar todo cuanto se aspira de nosotros los maestros. Pero cuando
casi por terquedad ínsito a que regresemos a la escuela y a la cátedra, es
porque anhelo llevar hasta las conciencias la noción de que ya es hora de apartar las improvisaciones y los
ensayos…Se es mejor maestro en la medida en que se comprendan los grandes
problemas nacionales. Afrontarlos con decisión, aportar soluciones, tiene que
ser la misión del educador responsable…”
César
Hernández (Palabras Pronunciadas en la plaza Bolívar de Santa Lucía, el 15 de
enero de 1992.
Barinas, importante ciudad de los
llanos venezolanos, con el río Santo Domingo a sus espaldas, luego de haber
sido llamada en los albores de la independencia la segunda ciudad de Venezuela,
por su importancia comercial, su riqueza y sus títulos de nobleza,
sencillamente llegó a convertirse en un lugar envuelto en ruinas y receptora de
todas las enfermedades que azotaban a la Venezuela rural.
Ya para la década de los cuarenta el acontecer barinés comienza a palpar
cambios significativos en su economía productiva por la llegada del petróleo.
Señala Ruiz-Guevara (2004) en su
libro “Arañazos al Tiempo” que, en el
año 1944, se instala la primera panadería moderna que comienza a procesar el
pan en forma industrial; para ese entonces en Barinas se cocinaba en leña y “era rara la casa en que usaran kerosene”.
La
Barinas aldeana, rural, bucólica y pueblerina; pero donde
existía la hermandad entre las familias, contaba con una escuela, la Escuela federal “Soublette”, donde comenzó a editarse el
periódico “Senderos”, órgano cultural
de los alumnos de esta institución, que
lamentablemente jamás volverá; pero que sembró en el alma de una generación,
que tampoco volverá, el amor por los principios cívicos ciudadanos, cuya
generación ha servido de ejemplo, no solo por su formación intelectual, sino
por su formación ética y moral desempeñada en la vida pública de casi todos
sus integrantes.
Recuerdan muchos de estos
barineses que tuvieron el honor de pasar por las aulas de la “Soublette”, que la publicación del
periódico “Senderos”, fue una odisea
en esa Barinas invadida por el paludismo, la fiebre amarilla, la malaria y de
otras tantas enfermedades que asolaron a la Venezuela sin petróleo.
En esa época, cada alumno hacia
su escrito y lo entregaba al director Herminio
León Colmenares, al bachiller Elías Cordero Uzcátegui o al maestro José
Feo Gorrín, para que lo revisaran, le hicieran la corrección necesaria y
finalmente llevarlo a la imprenta del Estado, que colaboraba con la impresión. No podía ser de otra manera, si el
gobernador de Barinas era el poeta Alberto Arvelo Torrealba.
La escuela tenía sus propios
méritos, los maestros que impartían enseñanza a pesar de no contar con una
formación universitaria, tenían la mística y vocación necesaria que poco se ve
ahora, para hacer de su labor lo mejor y
lograr formar un ciudadano integro, un verdadero humanista con conocimiento de
historia, literatura, arte y cultura en general.
Corría el tiempo de la historia
del Hermano Nectario María y del libro de Mantilla.
Los muchachos tenían que aprender a leer, escribir y memorizar lo que se les decía; el maestro acostumbraba
a tomar un párrafo y se lo leía como un
cuento, después les pedía que lo interpretaran y echaran su cuento, y el que no
salía bien recibía su castigo; pero el que captaba las lecciones, hasta iba de
pesca con el maestro o a jugar una “caimanera” de pelota.
También se recuerda a Aníbal
Acosta, quien daba cuarto grado. Muy estricto. Nos dice el poeta Miguel Ángel
Nieves Tapia: “Tenia un método muy
acertado, el decía ‘bueno muchachos para mañana se leen un párrafo de cualquier
periódico y las palabras desconocidas o que no entiendan las buscan en el
diccionario’, él les corregía y los
errores ortográficos se los hacia escribir bien y repetir muchas veces. Todavía no he visto a ningún docente
con esa capacidad, yo no sé si el método de antes era mejor que el de ahora, pero lo que si sé, es que ahora los muchachos de sexto grado no
saben leer.”
Las veladas culturales que se
organizaban jugaron un papel preponderante en la vida de esta escuela y por
consiguiente de los barineses; la “Soublette”
llegó a ser el alma de la ciudad, aquellos muchachos cantaban, recitaban y
compartían alegremente en actos divertidos y sanos; había mucha inocencia y afecto entre el
conglomerado estudiantil. El director Herminio León Colmenares fue el principal
hacedor y organizador de estas veladas, que aún en el teñir del tiempo
recuerdan con nostalgia los alumnos de la “Soublette”.
Lamentablemente, esta escuela no volverá.
Alberto
Pérez Larrarte
Cronista
Oficial de la Ciudad
de Barinas
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