miércoles, 3 de abril de 2013

MEMORIAS DE DON FRANCESCO DE FILIPPO (I)



MEMORIAS DE DON FRANCESCO DE FILIPPO (I)

Gratamente presentamos un extracto de lo que serán las memorias de don Francesco Antonio Defilippo Portanova, que próximamente se editara en un hermoso libro cargado de historias y anécdotas, cuyas páginas contribuirá con el enriquecimiento del patrimonio documental y bibliográfico de Barinas.(APL)




La vida era triste y oscura,  no había luz ni agua por tubería, el agua la recogíamos de la fuente del pueblo para abastecernos, se lavaba también  en el  lavandero público, la cocina era de leña y teníamos que cargar leña todo el tiempo, para nosotros y para otros.
Mi escuela fue breve, hasta el cuarto grado, lo elemental para poder trabajar el resto del día.  Hasta ahí llegué porque la necesidad de la familia era grande  y había que trabajar. Yo conocí la plata (el dinero en monedas a los 12 o 13 años) Todo se hacía en casa, los domingos comíamos conejo y vino hecho en casa.
“De la guerra sólo sabíamos que venían a los pueblos a buscar hombres para mandarlos a los frentes de lucha. Hay una dolorosa  historia familiar, en la que una madre mutiló a su hijo cortándole el brazo izquierdo. Esta acción desesperada se produjo, cuando se aproximaban los soldados  del gobierno, que reclutaban  a jóvenes para la guerra. Ella pensó, Prefiero un hijo vivo cerca de mí, que un hijo muerto en la guerra. Estos horrores los escuchamos de los parientes  de boca  en boca, pues no había ni luz, ni radio y mucho menos periódicos en aquellos alejados pueblos de Italia.” .
“Mucha gente había emigrado a América, entre otros mi tío GIUSEPPE ANTONIO PORTANOVA, hermano de mi madre. Estaba en Venezuela, en la ciudad de Barinas; tenía un taller para arreglar bicicletas en una pieza alquilada a la señora doña Rosa Encinoso de Fonseca, en la calle Bolívar. El tío Giuseppe, escribió a mi madre diciéndole que él podría ayudar a la familia trayéndose a Francesco a Venezuela, además de ser su ayudante podría ganar un salario que le permitiera mandarles dinero.
Fue una decisión familiar, para entonces los hijos obedecíamos a los mayores, una mala respuesta era castigada con un bofetón, por lo tanto no tenía elección, sería yo quien viajaría a Venezuela.
Yo tenía entonces 19  años, comenzamos  a preparar aquel viaje. En las tardes iba a cualquier construcción a aprender el arte de albañil, a preparar mezcla, pegar ladrillos, frisar paredes  y cualquier otra cosa que me permitiera  trabajar en América.
Puede imaginarse el lector, la tristeza  durante  mi regreso a casa sin el animal, aquellas pocas monedas sacaron lágrimas de mis ojos  y mi corazón se sentía apretado por aquel adiós. Cada 4 de octubre, día de San Francisco recuerdo  y cuento aquel infortunado episodio.” 
“Salí del pueblo a pié hasta la estación del tren,  que estaba a  6  kilómetros del pueblo  era la primera vez que subía al tren. Ese tren me llevó a  Nápoles  donde  embarqué para ir a Venezuela. Llevaba un baúl y una maleta de cartón con mi ropa. Ese baúl me acompañaría por mucho tiempo; dentro de él  había una colchoneta de lana de oveja, una almohada, una cobija, 4 sábanas y cuatro fundas; embutidos, aceite, panes, biscochos y todo lo que mi madre consideró y pudo preparar  para que sobreviviera  hasta  encontrarme con mi tío Giuseppe. En la maleta llevaba mi ropa y lo necesario  para el viaje”
Llegamos a la Guaira  a finales de diciembre, de 1951,  asomado en la cubierta miré el horizonte, solo veía cerros y playa, ni casas, ni gente, mi angustia fue mucha, me halaba los pelos y decía, “dónde vine a parar”. Aquellos cerros de tierra roja me decían que allí no se podía cultivar nada, me sentía desconcertado.
Nos acercábamos  a  Barinas; en el sitio llamado  los Guasimitos,  vi  un venado y me alegré  mucho porque  pensé que  habría cacería.

Barinas entonces era un pueblo que no tendría más de 3.000 habitantes, la calle Bolívar o calle Real, que pasaba por varios fundos a la entrada, las casas  comenzaban, por donde está hoy la Pepsicola  y la planta de luz. En la calle Bolívar vivían todas las familias que le dieron grandeza a este pueblo, quienes fueron sus representares  más adelante.



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